EL DORADO

El mito de El Dorado



Fotograma de la película El Dorado de Carlos Saura



En 1534, en el reino de Quito, nació de forma oficial este mito, aunque ya zarpó con Colón en 1492. Fue Benalcázar quien obtuvo la leyenda de un indio chibcha que vivía en Quito y que contaba maravillas de su tierra, un reino situado por encima de la actual Bogotá, donde en un pequeño lago redondo -el Guatavita- se bañaba desnudo el cacique, en un sacrificio matinal, untado de resina y oro en polvo (salvo el rostro), acto que le convertía entonces en rey. Una vez en el centro de la laguna, este cacique realizaba el sacrificio, mientras recitaba varias oraciones y plegarias, y hacía ofrendas arrojando al agua varios exvotos de oro y esmeraldas. Posteriormente, se frotaba el cuerpo con ciertas hierbas a modo de jabón para que el oro cayera en la laguna


Los sucesivos desagües realizados en las lagunas de la zona han permitido hallar en su fondo algunos objetos preciosos que confirman por ellos mismos que se efectuara allí el rito relatado, como el disco áureo encontrado en 1856, donde queda descrito el sacrificio. Por todo ello, podemos afirmar que la leyenda que dio pie a la existencia de El Dorado posee una parte verídica, donde incluso se percibe un culto de tipo solar muy poco estudiado.

Atraídos por el deseo de encontrar este lugar, explorarán la zona amazónica Pedro de Añasco, Benalcázar, Hernán Pérez de Quesada, y europeos como el alemán Van Hutten o el inglés sir Walter Raleigh. En 1560 Lope de Aguirre y Pedro de Ursúa.  Durante los siglos XVI, XVII y XVIII se mantuvo vigente esta leyenda. 

La belleza áurea de la Balsa Muisca, elaborada en oro y que hace alusión a la ceremonia que se celebraba en la Laguna de Guatavita. Museo del oro de Bogotá, Colombia.

Los conquistadores: La ambición y la ignorancia


Lo que los españoles no podían siquiera imaginar, es que este país riquísimo carecía de minas áureas a pesar de ser una tierra donde abundaban los alimentos, las esmeraldas y la sal, que tan importante es para la vida.

La figura del conquistador nace por necesidad y no por vocación, exceptuando algunos casos muy excepcionales. En la documentación sobre los jefes, no aparece ningún noble español (noble que se hiciera conquistador), y ni siquiera considerables mercaderes o profesionales, como por ejemplo ocurrió con los descubridores, de lo que se deriva que, en la escala social, el oficio de conquistador quedaba por debajo del de descubridor.

Verdaderamente parece más medieval que moderno, como lo confirma su escaso espíritu crítico que le inducía a perseguir mitos como la fuente de la eterna juventud, las ciudades áureas de Cíbola, El Dorado, pueblos de gigantes y amazonas, etc. 



Se inspiraban en el pasado de tipo feudal para organizar lo que sería el futuro, por ello, la imagen señorial se estableció como la verdadera obcecación de todo conquistador, aunque pocos lograran realizarla. Al tanto de todo esto, la Corona estuvo posicionada contra las tendencias señoriales que socavaban su realengo y sabiamente zanjó muy pronto sus mercedes de títulos nobiliarios a los conquistadores (apenas se dieron los del Marqués del Valle de Oaxaca y Marqués de Cajamarca); y es que de otro modo no hubiera podido controlar lo que a partir de ahora sucediera al otro lado del Atlántico. 



La nobleza siempre vio a los conquistadores como unos advenedizos que pretendían ensalzarse por haber matado unos cientos o miles de indios. Más fácil fue obtener cargos administrativos o una encomienda, pero la inmensa mayoría carecía de una formación adecuada para desempeñar un puesto como funcionario. Un botón de muestra fueron las dificultades que afrontó Sebastián de Benalcázar para desempeñarse como Gobernador de Popayán sin saber leer ni escribir. Dependía de sus secretarios para todo, granjeándose el descrédito de los leguleyos de su reino, que le veían como el analfabeto que era. La Corona envió entonces a Indias a su burocracia, formada en las universidades españolas, produciéndose un encontronazo con estos elementos de la conquista transformados en improvisados funcionarios. De aquí data el primer enfrentamiento entre españoles peninsulares y españoles americanos.