Preparación para
La Aventura Equinoccial de Lope de Aguirre
de Ramón Sender
Introducción
Ramón Sender
Ramón J. Sender nació en Chalamera de Cinca (Huesca, España)
el 3 de febrero de 1901. Fue un periodista. Y, a la vez, Sender se aproximó a
los círculos intelectuales y políticos enemigos de la dictadura de Miguel Primo
de Rivera. En el Ateneo, en las numerosas tertulias de Madrid, conoció y fue
conocido de todo el mundo. E incluso visitó la cárcel como conspirador contra
el régimen. El éxito de su novela Imán
le puso a la cabeza de la nueva «novela social» y durante el primer lustro de
la década se sucedieron libros tan importantes como O.P. (1931), Siete domingos
rojos (1932) y La noche de las cien cabezas (1934). En enero de 1933, enviado
por el periódico La Libertad, escribe un excelente reportaje acerca de la
sangrienta represión policial de la insurrección campesina de Casas Viejas.
Recoge sus trabajos en Casas Viejas (1933) y Viaje a la aldea del crimen (1934).
Pero también por entonces se acerca a las posiciones
políticas comunistas, convencido de la eficacia revolucionaria soviética. Entre
el jalón inicial de Imán y la publicación de Mr. Witt en el Cantón (1936),
galardonada con el Premio Nacional de Literatura y escrita en apenas un mes,
Sender se convierte en un ejemplo de «escritor comprometido» y en el autor
joven de más porvenir en España, junto con García Lorca, tal como declaró, por
el aquel entonces de 1936, Pío Baroja.
Sin embargo, en el verano de 1936 toda España se convirtió
en una gran «aldea del crimen». Estalló la guerra civil y Sender ofició de
protagonista, no solo de testigo, en esta tragedia nacional. En escasos meses
perdió a su mujer, Amparo Barayón, y a su hermano Manuel, antiguo alcalde de
Huesca, fusilados ambos por los franquistas. Escribió por entonces obras de
urgencia, como Contraataque (1938), pero también se sintió solo, fugitivo y
superviviente, frente al acoso de algunos jerarcas comunistas que recelaban de
él. Participó, pese a todo, en muchos actos de propaganda republicana, logró
recuperar y evacuar a sus dos hijos, Ramón y Andrea, y tras un tiempo en
Francia, decidió expatriarse a América.
Comenzaba un largo exilio en el que la soledad, la culpa y
la conciencia de ser acusado de algo que ignoraba convirtieron a Sender en
Federico Saila, el enigmático protagonista de Proverbio de la muerte (1939),
que más adelante se titularía La esfera (1947) en una nueva versión ampliada.
La distancia, la necesidad de la memoria, la reflexión sobre el pasado cercano,
la obsesión por la violencia, propiciaron la invención de novelas fundamentales
en la literatura española del siglo XX: Epitalamio del prieto Trinidad (1942),
Crónica del alba (1942), El rey y la reina (1949), El verdugo afable (1952),
Réquiem por un campesino español (el Mosén Millán de 1953 y la versión
retitulada en 1960)
En el decenio de los setenta, cuando por fin se publicaban
en España (desde 1965) unos libros que fatigaron las prensas en multitud de
reediciones, retornó del exilio en dos oportunidades (1974 y 1976). Moriría,
sin embargo, en San Diego, California, durante la noche del 15 al 16 de enero de 1982. Sus cenizas fueron dispersadas, unos días
después, en el océano Pacífico.
LA NOVELA DE AVENTURA Y LA NOVELA HISTÓRICA
Desde el punto de vista de la historia, se han señalado los
hechos primordiales que convirtieron a Lope de Aguirre (1518-1561) en uno de
los personajes más sugestivos de la Conquista. La épica fatal de su trayectoria
contribuye a engrandecer a este hidalgo guipuzcoano, aventurero al servicio de
Vaca de Castro, comprometido en las luchas civiles del Perú, condenado a muerte
e indultado por Pedro de Alvarado, y participante en el viaje de los Marañones,
a las órdenes de Pedro de Ursúa.
La expedición de el Dorado soñaba con encontrar oro sobre
los cuerpos de los reyes y en los fondos de los lagos y pueblos construidos
sobre plata. Lope de Aguirre destacaba por loco y despiadado de entre los
aventureros de peor fama que la formaban. Rebelde, retorcido y cojo, era por
naturaleza un desesperado, un resentido contra todos los hombres y contra Dios.
El único afecto conocido, su hija Elvira; el instinto más fuerte, la venganza.
No le bastaban las riquezas; quería el honor que otros conquistadores lograron antes
y, en su delirio, mató a quien conspiraba contra él y conspiró para que los que
le estorbaban se mataran entre si.
Narra también con
claridad el proceso de la rebelión que sacude a la marcha. En primer lugar,
contra Ursúa, el jefe de la expedición, que se encuentra anulado por la pasión
sexual hacia la mestiza Inés. Luego, contra su sucesor, el nombrado príncipe
del nuevo estado antiespañol, Hernando de Guzman, que esta vez comanda el
propio Lope de Aguirre, quien ya no habría de frenar su rueda de ejecuciones,
sospechando hasta de su sombra. Finalmente, se nos narra la caída de este
personaje, provocada por las deserciones de la mayoría de los hombres, y se
retrata igualmente su muerte a arcabuzazos, poco después de que él asesine a
puñaladas a su propia hija para que sus enemigos no puedan tomar represalias en
ella y para que no sea conocida como la hija del traidor.
La novela de Sender sirvió de argumento a la película rodada en 1972 por Werner Herzog ‘Aguirre, la cólera de Dios’. |
La trama principal de la novela problematiza la
caleidoscópica dimensión de Aguirre, el traidor, el loco, el enigma, el
guerrero desesperado cuyo sentido moral adquiere dimensiones amenazantes a
medida que rechaza obediencias y desvía sus ardores. Ese guerrero que ya no es
vasallo de Felipe II cuando se proclama «Príncipe de la libertad de los reinos
de Tierra Firme y provincias de Chile», al fin muerto por disparos de arcabuz e
inmortalizado con brazos rojos de sangre.
El propio autor hace ingresar a su criatura en la leyenda:
«Ahora, cuatro siglos después, cuando en las noches oscuras se levantan de las
llanuras y pantanos de Barquisimeto, Valencia y lugares de la costa de
Burburata, fuegos de luz fosfórica que vagan y se agitan a los caprichos del
viento, los campesinos cuentan a sus hijos que allí está el alma errante de
Lope de Aguirre, el Peregrino, que no encuentra dicha ni reposo en el mundo».
Combinando habilidad especulativa y rigor histórico, en la
versión senderiana de la aventura de Aguirre priman el expresionismo y los
cambios de énfasis. No en vano, la descripción es un resorte esencial para
reflejar todo ese delirio donde los más desenfrenados apetitos pueden
desahogarse. De hecho, el sentido metafísico que Sender halla en el estado
primordial de la naturaleza presenta analogías con el panorama de estragos que
van perfilando los Marañones. En torno al personaje principal, el escritor va
esbozando las tensiones de un microcosmos que no puede canalizar su violencia,
desbordada por la magnitud de la empresa y por el crimen que es su elemento
fundacional.