RESUMEN Y COMENTARIO DE LA AVENTURA...




Ramón J. Sender 

 La Aventura Equinoccial de Lope de Aguirre




La Aventura Equinoccial de Lope de Aguirre (1964) es una novela de carácter histórico que constituye, a su vez, una aventura trágica que narra las desventuras de la expedición española por descubrir El Dorado. 



En el año de 1559 el rey de España Felipe II encarga a don Pedro de Ursúa iniciar la expedición que dará con el famoso Dorado. Sin dudarlo un instante, el capitán Ursúa emprende la empresa junto con su amante, la bella Inés de Atienza, desatendiendo los consejos de su amigo Pedro Añasco que lo insta a que no viaje con ella, pues las mujeres en las empresas de guerra sólo traen desgracias; no lo escucha, tampoco oye las advertencias que le da sobre ciertos hombres de poca confianza, en especial un tal Lope de Aguirre. Don Ursúa, seguro de sí mismo, no le hace caso:



“En otra carta Añasco le decía también que cuidara mucho de algunos individuos que llevaba en su armada y que prescindiera de ellos… Le daba los nombres de los soldados que consideraba peligrosos, entre ellos Lope de Aguirre, Zalduendo y La Bandera. Pero Ursúa no echó de su campamento sino a un soldado que no era ninguno de aquellos tres y sólo por un delito ligero de disciplina” 



La expedición comienza mal: las embarcaciones apresuradamente construidas empiezan a pudrirse por los hongos y las termitas, los alimentos empiezan a escasear y el carácter de los inactivos soldados españoles se torna difícil debido al intenso calor del equinoccio ecuatorial.


Después, cuando desembarcan, casi no quedan alimentos, algunos indios que traían consigo huyen o mueren de hambre, los pocos animales que transportaban en sus embarcaciones para reproducirlos allá donde llegaran, deben ser sacrificados y comidos.


La conducta de don Pedro de Ursúa empieza a cambiar. Sus propios hombres empiezan a desconfiar de él y lo creen un ser orgulloso e indiferente de sus soldados:



“A pesar de todo, Ursúa decidió llevarlo en la jornada del Amazonas con sus indios y ganados, de grado o por fuerza. Aquella seguridad en sí de Ursúa les parecía a algunos demasiado insolente. Era Montoya un hidalgo de pro y lo había maltratado en público. Pero la insolencia de Ursúa no estaba sólo en mostrarse demasiado seguro de sí, sino que iba acompañada de alguna clase de desdén que no era habitual en Ursúa, pero que venía a ser consecuencia de su saciedad sexual. El macho harto de carne tiende a alzar un poco más de lo discreto la cabeza y la voz. Con los animales sucede igual.

Obligaba Ursúa a hacer antesala a todo el mundo, no importaba su cargo militar. Y eso no era por soberbia, sino porque a todas horas estaba dulcemente ocupado con doña Inés, la cholita, como comenzaban a llamar en el virreinato a las mujeres mestizas. El nombre venía de los indios y eran ellos los primeros en diferenciar a aquellos productos híbridos que a veces reunían las mejores cualidades de las dos razas.”






El amotinamiento es inminente; el experimentado soldado Lope de Aguirre, insatisfecho con la expedición en la que andaba enganchado y poco amigo de don Ursúa –lo llamaba despectivamente “el gabacho”- confabula con sus aliados e incentiva las envidas y celos de la expedición:


 Montoya y otros que ya abiertamente formaban corro con Lope de Aguirre y hablaban en voz alta contra el gobernador decían que habían caminado más de setecientas leguas y ni habían hallado las provincias ricas que buscaban ni poblaciones industriosas ni comarcas agrícolas y de provecho, que no había rastro de ellas ni rumbo por donde tratar de buscarlas. Y ni siquiera comida para subsistir. Así pues, sería más acertado, antes que acabasen de perecer todos, tomar la vuelta del propio río y volverse al Perú, ya que no había esperanza alguna de nada bueno.

Fueron a ver a Ursúa y se lo dijeron francamente. Ursúa respondió que ya sabían que era su amigo y que estaban en la obligación de confiar en él. Nada se lograba nunca en Indias sin sufrir antes grandes trabajos y con un poco más de aguante y de perseverancia los llevaría a buen fin. Añadió que si era preciso seguir buscando hasta que los niños que iban en la expedición se hicieran viejos, sería razonable pensando en el valor inmenso de las riquezas hacia las cuales iban.”









Ursúa es derrocado por Lope. Implanta en su lugar a don Hernando Guzmán, un noble sevillano. Es poco más que la de un títere, su escaso carácter hace menoscabo en su don de mando y simplemente se dedica a seguir las disposiciones de Aguirre. Las antipatías resurgen de nuevo en la expedición, así como los intereses particulares de unos contra otros, los temores y las sospechas de conspiraciones:

“La gente se dividió en grupos. Algunos soldados fueron a Lope y le insistieron en la desvergüenza de La Bandera, pero Lope los atajaba:

- Calma señores que cada día trae su afán.
El cura Alonso de Henao, que estaba en la puerta, se escandalizó al oír en labios de Lope aquellas palabras de los evangelios y se retiró, encontrando por el camino al padre Portillo. Como  al morir Ursúa había perdido Henao su obispado, se hablaban ahora los dos sacerdotes de igual a igual.”


 Reducida a muy pocos, muertos más por mano propia que por enfermedad y los indios, la expedición se rebela contra la autoridad real de España.  Se hacen llamar a ellos mismos los marañones y muchos de ellos, aunque no todos, deciden volverse contra el monarca Felipe II y todas las instituciones del reino español.



"A solas, y después de haber oído las graves confidencias de los criados de don Hernando, se decía Lope: «¿El loco Aguirre? Bien, estoy loco, pero vuesas mercedes van a sentir mi locura en el meollo de su razón. El loco Aguirre va a arreglarles la vida a los cuerdos. El delirante Aguirre va a arreglar la visión, la conciencia y la vida de los razonables. ¿El criminal Aguirre? 

¿Es que alguien me llama así? Yo no he matado con mi espada sino a otro hombre que llevaba también espada al costado y preparaba mi muerte. Sólo a Zalduendo, sevillano falso y quimerista, embustero y traidor, que para eso había nacido. Los demás no los he matado yo, sino el buen azar de Dios, que por todos vela y que permite sólo aquello que debe ser permitido. No se mueve la hoja del árbol sin la voluntad de Dios. De acuerdo. Yo no intervine sino en el último crimen y fue porque Zalduendo había pedido permiso al jefe para madrugarme a mí. No es fácil eso, que duermo poco y como las liebres, con un ojo abierto. Tengo mis quehaceres, quehaceres secretos que yo sólo puedo conocer y decidir. Dos hombres que están obligados en vida y en muerte al sevillano don Hernando y a quienes yo no he ofrecido nada han venido a revelarme las intenciones de su señor. A mí, al loco Aguirre. Yo estaba solo ayer, pero no lo estoy hoy, con mis sesenta marañones armados y Carolino y Juan Primero en su bohío aguardando la vitela sudada no necesito más en el mundo."


Lope de Aguirre que encabeza esta insubordinación, comienza a desarrollar una personalidad en extremo paranoica: siempre se hace acompañar de dos enormes negros que le sirven como verdugos, ejecuta a aquellos de quienes sospecha son los próximos conspiradores. Su previsión en ésto le llevará a trastocarse en un ser brutal, temido por casi todos sus subalternos e, incluso, por el mismo don Hernando Guzmán, que no se atreve a contradecirle.


"Se instaló Lope arriba lo más cerca posible de la proa y se reservó de un modo oficioso y no declarado los servicios del negro Bemba, quien a cuenta de quedarse en el bergantín se ofrecía a ser su criado. A veces el negro llamaba a Lope vueseñoría, según la costumbre adulatoria que tenían los esclavos de su raza."




Al mismo tiempo, unos cuantos tratarán de cortejar a la viuda doña Inés, para lograr su amor; Lope advertirá en esto otra ocasión para, de nuevo, hacer a un lado a aquellos soldados adversos a su posible ascenso al poder. Incluso empieza a desconfiar de la misma Inés de Atienza, pues ve en ella un punto de quiebre de toda la armada:


“Pero La Bandera anda enamorado y eso es algo. Zalduendo sueña con quitarle la hembra a La Bandera y eso es algo más. Yo sé que La Bandera lo sabe y busca con don Hernando la manera de acrecentarse en autoridad y poder para ganarles sus posiciones por la mano a todos sus posibles rivales, incluido Zalduendo. Pero si otros rivales de La Bandera cortejan a su hembra, yo no. Yo sólo quiero el poder, y para eso primero hace falta astucia. Luego vendrá la fuerza, si ha de venir.” 



A pesar de haber eliminado a los gobernantes ineptos, las penurias en la expedición continúan, el acoso de los belicosos indios, del hambre, de la sed, de las enfermedades tropicales, de los insectos ponzoñosos, de las enormes boas que engullen hombres en un dos por tres, de la selva misma, se convierten en barreras que pondrán grandes dificultades a los conquistadores españoles; todo ello, sumado al despótico gobierno de Lope de Aguirre, determinará el desasosiego entre los marañones.

Al proseguir su camino se topan con una colonia española, en cuya próspera capital Yua, Lope de Aguirre comete las más indecibles atrocidades, no sólo contra la población civil que habita la ciudad sino también contra sus propios soldados, circunstancia que provocará la deserción y la traición de sus mejores hombres. Lope, que anda con su hija Elvira cuando puede y con su sirvienta llamada la Torralba, se torna de un carácter tempestuoso, ni siquiera sus más fieles subordinados se confían de él, cualquier contrariedad hacia Lope es vista como un signo de traición por éste e, inmediatamente, castigada con la muerte. Los ajusticiamientos en la productiva colonia se suceden hasta por las nimiedades más absurdas:


“Algunos soldados comenzaron a pensar que ni por leales ni por dudosos tenían sus vidas seguras, ya que dependían más del capricho de Lope que de ninguna consideración de justicia. Y sus caprichos nadie los entendía”

Lo que resta de la expedición de Aguirre se decide a embarcar de nuevo hacia el Perú, y conquistar a sangre y fuego lo que por derecho, ellos piensan, les pertenece; será preciso que todos los gobernantes españoles de las áreas circundantes aúnen esfuerzos para hacer frente a los marañones de Lope de Aguirre e impedir que su cruzada continúe.

Lope, un prócer independentista


Algo que, sin embargo, causa gran curiosidad en la figura de Lope, es el hecho de que haya renegado de toda su casta española. Dirán algunos que lo hizo por pura conveniencia, pero lo cierto es que, según como nos lo muestra Ramón J. Sender, Aguirre denostó todo lo que fuera español y representara a los reyes católicos:


“Reniego de mi nombre de español y me halago con llamarmemarañón y peruano y todo para mejor descartarme de la servidumbre al rey Felipe II. Reniego de un rey y de unos ministros que en el nombre de Dios hacen al servicio de Satanás en España y las Indias”


Unos afirman que, a su modo, fue el primer prócer independentista del nuevo mundo, trató de desligarse de cualquier vínculo con la monarquía española pues quiso, con todo su ímpetu, regresar cuanto antes a Perú, eliminar toda la oposición que fuera fiel a la corona allí y formar junto con sus marañones un Estado independiente a ésta:


“Yo voy a fundar y establecer un reino a mi manera ¿Es qué no tenemos nosotros derecho a conducirnos estúpidamente en lo alto de la pirámide como los que están ahora?”

Aunque no hay duda de que en su proceder se cometieron las más absurdas matanzas que llenaron de hastío hasta a sus soldados más curtidos, muchos de ellos acostumbrados a las crueldades de la guerra. Lope sólo se escudaba en la idea de que el rey Felipe II asesinó mucha más gente durante la conquista de las Indias, argumento cuestionable pero no del todo traído de los pelos:


“Poco haría con su honradez Felipe II si no matara gente. Que ha matado más cristianos en secreto que diez veces la gente que yo llevo en el real”



El equinoccio ecuatorial



Los conquistadores españoles que se aventuraron por el río Amazonas en busca del célebre Dorado fueron presa de un insufrible calor, que repercutió en la forma como se comportaban con los demás integrantes de la tropilla. El tormentoso calor fue un elemento que produjo la desidia entre la tropa, lo que hizo mella en el estado anímico del grupo:


"Había días —decía Pedrarias— que el calor hacía enloquecer a la gente, y por eso repetía a veces que todo el mundo debía descontar en la intemperancia y en la irritabilidad de los demás lo que correspondía a la fatiga nerviosa de aquellos calores, a la que Pedrarias llamaba el paroxismo ecuatorial, y otros, la tarumba del equinoccio. Se suponía que en aquellas latitudes cada cual tenía derecho a una cierta incongruencia y a una cierta irresponsabilidad."


Algunos sólo se movían como autómatas, otros ni siquiera tenían voluntad para hacerlo, a estos se les menguaba el ánimo y a aquellos los enardecía en límites peligrosos. La selva fue un obstáculo casi infranqueable, pero el equinoccio ecuatorial tenía sobre ellos una influencia misteriosa y parecía ser algo inexplicable:



“El día entraba poco a poco en el fanal del equinoccio y una vez más producía el calor efectos extraños. Tan pronto tomaba la gente una determinación urgente, como su cumplimiento –que se había considerado inmediato e inevitable- se aplazaba sin saber por qué. O se olvidaba, a veces” 



La figura de Lope de Aguirre es un calco que representa la ambición humana en su anhelo por conseguir el poder. Pero, fue un individuo presa de las más absurdas paranoias que lo constriñeron a cometer absurdos crímenes, todo por no dejar que nadie le quitara la autoridad absoluta.